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«La Última Llama»


por Sandra C. Contreras

En lo más alto de una torre devorada por el musgo y el silencio, donde el tiempo se deshilachaba en los rincones y los ecos ya no recordaban qué repetir, vivía un mago olvidado. Nadie subía hasta allí desde hacía siglos. Nadie lo recordaba. Ni los aldeanos del valle, ni los libros de historia, ni siquiera los vientos del norte, que solían susurrar nombres antiguos.

Su nombre había sido grande alguna vez, eso lo sabía. Había amado y creado cosas imposibles: jardines que hablaban, fuegos que cantaban, constelaciones que danzaban al compás de sus pensamientos. Pero todo eso ahora era niebla.

Solo una cosa seguía en su memoria, intacta como una herida: ella.

La noche había caído hacía rato, y con ella la medianoche. El mago se levantó lentamente de su sillón polvoriento y caminó hasta el centro de la torre, donde una mesa de piedra guardaba los restos de su antigua varita. Estaba rota en tres partes, astillada, aún con olor a humo de la última vez que fue usada.

La última vez que la vio a ella.

Había sido en esa misma torre, una noche como esta. Ella no era una maga, sino una estrella caída, una criatura de fuego suave y mirada infinita. Había entrado en su vida por error, o por destino. Habían compartido menos de un ciclo lunar, pero bastó. Él intentó retenerla con magia, sellos, hechizos de permanencia. Ella no quiso.

“Los seres como yo no se aman —le dijo—. Solo se recuerdan.”

Pero él no pudo soportarlo. Rompió su varita intentando invocar un conjuro prohibido: detener el tiempo. Solo por un instante más. Solo para retener el calor de su voz. Pero la varita no lo soportó. Ella desapareció. Y con ella, su poder.

Desde entonces, vivía en la torre. Viviendo y no viviendo. Esperando.

Esa noche, sin embargo, algo cambió.

Una brisa diferente entró por la ventana circular. No era aire. Era fuego. Una chispa flotante que giraba y danzaba, como si buscara algo. O a alguien.

El mago se acercó, con el corazón temblando.

—No puede ser…

La chispa se posó sobre los restos de la varita rota. Por un segundo, nada ocurrió. Y luego, una llama azul envolvió los fragmentos. No los unió. Los transformó.

Donde antes había una varita rota, ahora había una pequeña luz flotando, en forma de flor. Y de ella surgió una voz. Su voz.

—No te olvidé —susurró la estrella—. Solo estaba esperando que me recordaras sin dolor.

El mago cayó de rodillas. Las lágrimas no eran humanas. Eran llamas también.

—Te fallé. Te retuve…

—No. Me amaste. A tu manera. Ahora, deja que yo te ame a la mía.

La luz lo envolvió con suavidad. Y por primera vez en siglos, la torre se iluminó. Las paredes se desperezaron. Los libros comenzaron a girar en el aire como si despertaran de un sueño largo.

Y cuando el alba llegó, la torre estaba vacía.
Pero una flor de fuego seguía flotando en el centro de la sala.
Esperando al próximo corazón que supiera amar… y dejar ir.

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Hilo y aguja para un corazón roto

Y me rompí, de nuevo
Algunos dirán que busco estas situaciones
Porque en el fondo me gusta sentirme herida
Pero no
Destino? Maldición?
No lo sé
He perdido la cuenta de los remiendos que mi corazón a sufrido
Y sigo
Debería darme por vencida
Y asumir con  resignación mi fortuna
Mis esperanzas se oscurecen
Deje de ver la luz al final del túnel
Camino a ciegas hacia una nueva etapa
Rogando que duela menos que la anterior
Porque sé que dolerá
Siempre duele…

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Ataduras

Disciplina, valor obligado
Cadena moral
Creada para gobernar el mundo
Por aquellos que,
Desde su asiento,
Contemplan con orgullo sus dominios,
Con el mismo impresionismo
Que Monet al puerto de Le Havre
Con egocéntrica avaricia,
Con ínfulas de soberanía
Observan desde lo alto
A esta tierra
Plagada de ineptos,
Conservadores, eso sí!
Seguidores fieles de las buenas costumbres
Esclavos de su ignorancia,
Pero encaminados,
Cual rebaño a su redil.

En respuesta a escribe jugando junio 2021 del blog de lidia, debajo el enlace

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Por siempre

Y pensar que las cosas no podían ser peor,
Que tenerte lejos seria mi única tortura,
Angustiada por tu ausencia
Creí que el aire no llegaba a mí
Y fue ahí,
Cuando descubrí la triste noticia
La distancia no era la única razón
Algo mas había entrado en mi
Para hacerme desfallecer
Y ahora lucho,
Lucho porque hice una promesa
Lucho para que al llegar el día
Vuelvas a mi sin temores
Pero el peligro es persistente
Y si mis pulmones fallan
y no logro rebasar este obstáculo,
con mi último aliento te diré que te amo
Y esperare, aún, mas allá de esta vida.

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Mientras te espero


Morir de amor
Sera posible?
Sentir algo tan fuerte
Que no lo soporte el corazón
Marchitarse por dentro lentamente
Mientras se sobrevuelan las nubes de placer
Amar tanto que llegue a ser mortal
Para quien ama
Sentimiento abrumador y adictivo
Tan hermoso como angustiante
Peligroso de sentir,
Anhelado cual tesoro,
Paz y desesperación
Coexistiendo en un órgano defectuoso
Al que le queda poco tiempo
Pero no quiere sanar
Masoquista de cariño
Aferrado a una esperanza
A la que posiblemente
no llegue con vida

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-1095 desde hoy

Aquí, justo aquí.
Hasta entonces,
El tiempo solo será eso,
Una unidad de medida,
Algo intangible y sin fuerza,
Débil filo incapaz de cortar
los lazos que nos unen
Fugaz y efímero, nada
Insignificante para amenazar
Un sentimiento puro, firme, perpetuo
El tiempo pasa, pero este amor perdurará
Hasta el fin de los tiempos
Y la espera solo lo hará mas fuerte,
Cuando llegue el momento estaré
Aquí, justo aquí
Hasta entonces!

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El amor en tiempos de Covid

Primavera, verano, otoño?
Yo que sé,
Meses fugaces
Extintos como el fuego de la esperanza de los que aun quedamos,
Cubiertos de tantas emociones distintas
Que parecieran ser regurgitados por los jinetes del apocalipsis
Pasar del caos a la resignación,
La adaptación es lo que hace fuerte a la especie
Pero dentro de tanto fango
Aun acrecentan las flores
Aun hay quien suspira
A pesar de la toxicidad del ambiente
Algunos, con tanto ocio
Descubren lo que siempre han tenido al frente
Un nuevo comienzo
Uno que a través de la cortina de humo mortífero
Se ve puro, seguro, estable.